
Desde el siglo XII se han cantado siempre alabanzas a las mujeres bonitas. Los antiguos trovadores encantaban los corazones de las damas con sus poemas y cantos, ensalzando las bondades del alma y la belleza femenina. Aquellos reconocimientos, que la mayoría de las veces iban con segunda intención, y más si el señor estaba en la guerra, se trastocaron llegando a épocas más cercanas a la nuestra, en el castizo requiebro. Una mujer bonita que pasease por las calles españolas entre las décadas de los cuarenta a los sesenta, indefectiblemente se habría topado con muchos galanes dispuestos a lanzarle algún requiebro de aquellos

Incluso, el hecho de ver a una mujer de rompe y rasga, creó en el siglo XIX, época del puro romanticismo, la costumbre de "encerrar" a la mujer. Esto es, el que veía una mujer por la calle que le gustaba, antes de decirle nada la seguía con cierta discreción allí donde ella iba. Si la mujer aceptaba el seguimiento y no delataba a su perseguidor, cuando por fin esta se metía en la casa, el galán memorizaba la dirección y se iba a encontrarse con sus amigotes de farra para contarles la gran hazaña, y esta era que había encerrado a una mujer.
Pero a parte de la encerrada, lo que más funcionaba eran los piropos o requiebros. La mayoría de los hombres solían decirlos al pasar una mujer bella por la calle. Acostumbraban a ser frases ingeniosas, por lo general en pareado, que destacaban la belleza de la homenajeada o bien las ganas del mozo de conquistarla. Existían de diversos tipos, pero la función general de todos ellos era alabar a la chica y hacerle saber que, si ella quisiera, tendría un pretendiente a sus pies.
Hoy en día está pasado de moda el piropear a las chicas, incluso en algunos sectores está hasta mal visto que los hombres requiebren a las mujeres. Las muy feministas llegan a tachar de machistas a los hombres que hacen gala de tal habilidad. Y no es de extrañar, ya que en la actualidad quien dice un piropo por la calle suele ser algún iletrado, con más calentura que imaginación y buen gusto. Los piropos de hoy día nada tienen que ver con los de nuestros abuelos. Antaño celebraban la belleza de la mujer con aspiraciones románticas y comparaciones agudas, hogaño suelen ser impertinencias o insolencias de carácter soez que, en lugar de arrancar sonrisas de orgullo y chispas de alegría en el corazón y el ego femenino, sacan más bien sonrojo y vergüenza.
Las que tildan de machistas a los piropeadores, también lo hacen a los que ceden su asiento a una joven, las dejan pasar primero, pagan ellos siempre la cuenta o las reciben con una flor en una cita. Las feministas arguyen que, si el hombre y la mujer son iguales, no tendría que haber diferencias de ningún tipo y que esas deferencias ante la mujer, están de más. Bueno, pero a mi juicio creo que confunden churras con merinas, ya que una cosa es lo que postulan ellas y otra bien diferente hacer alarde de educación y buenas maneras. Yo no creo ver en ello un trasfondo machista, claro que lo veo desde la perspectiva de hombre y de los que aun, hoy día, dejan pasar primero a una dama y le ceden el sitio. Imagino que a más de una mujer, intrínsecamente, le ha de gustar que le reconozcan su belleza, al menos aunque sea como se hace hoy en día, girando la cabeza cuando pasa por la calle. En la actualidad, los requiebros, quizá, se han reconvertido en exiguos poemas de amor, tienen más la idea poética que la ingeniosa, pero supongo que son igualmente válidos. Hasta en Internet podemos hallar páginas con recopilaciones de piropos, juzguen por ustedes mismos. (piropos- requiebros)
Resumiendo, no abono la idea de que los piropos o requiebros debieran volver, los tiempos cambian y estos huelen más a anticuado que a nuevo, pero siempre ha estado en el ánimo masculino festejar el encanto y el atractivo de una mujer y el aceptarlo, aun con el semblante arrebolado, en el ánimo de éstas.
Propicios Días
Gilgamesh