miércoles, 16 de junio de 2010

UNA MEDUSA Y LA INMORTALIDAD


Nuestro íntimo y particular mundo suele ser equilibrado, sin sorpresas y un lugar donde todo lo que ocurre suele estar establecido de antemano por una rutina.
Todo lo entendemos en nuestro mundo porque lo hemos creado a nuestra medida. Sabemos que nos levantamos a las siete para ir a trabajar; que hemos de sacar a pasear a nuestras mascotas o bien que hemos de llevar a nuestros hijos al colegio por la mañana y después pasar a recogerlos. Ese es nuestro mundo, un mundo rutinario y preestablecido, un mundo idéntico al de miles de personas como nosotros. En definitiva, un mundo agradable y hecho por y para nosotros.
Pero existen otros mundos y están en este, como sentenció Paul Eluard. Uno de esos mundos en concreto es en el que habitamos, nuestro querido planeta Tierra.
A muchos les parecerá que sabemos lo suficiente sobre nuestro mundo y que pocas cosas nos podrán sorprender. Otros, en cambio, pensarán que aún falta mucho para la plena comprensión de nuestro mundo y mucho más sobre otros mundos más allá del nuestro, en el universo, bajo el mar o en otra dimensión. Pero ¿En realidad hay tantas cosas en la tierra que aun nos puedan sorprender? Yo soy de la opinión que estamos todavía a medio camino para entender en su totalidad nuestro universo y que sí, que aún hay cosas nuevas que nos sorprenden por su extrañeza o bien por nuestro desconocimiento sobre ellas.
Unas de esas cosas me gustaría comentarla y exponerla aquí. Es una cosa que me ha llamado poderosamente la atención; una curiosidad biológica.
Desde que el hombre es hombre ha soñado con ser inmortal. Tan inmortal como los dioses y héroes de sus religiones más prístinas. En la antigüedad, demiurgos como Zeus, Júpiter, Brahma, o el propio Yahvé tenían (y en algunos casos aún se considera que lo tienen) un cómputo de edad totalmente inabarcable para la longevidad humana. Así, el hombre siempre ha supuesto que si un dios era capaz de crear algo tan ininteligible a sus ojos como el universo y la vida, debía de ser un ser poderoso y una de las características de esa omnipotencia era la inmortalidad. Aspecto que, por otra parte, es inherente a la divinidad, pero que algunos héroes semidivinos o incluso humanos podían adquirir, como Aquiles en la mitología griega o los Ocho Inmortales en la mitología china, por poner un ejemplo.
El hombre siempre ha buscado la perpetuidad vital, el vivir más allá de lo permitido, tanto en este mundo físico nuestro, como en el mundo espiritual del más allá y para ello ha intentado mil y una argucias para lograrlo. Colateralmente han existido pensamientos que han formado parte de cierta idea de inmortalidad. Una de estas sería la juventud eterna. Ejemplos de esto serían las famosas búsquedas en la edad media y moderna de las fuentes de la juventud, o más cercanamente el Gerovital de la Dra. Ana Aslan con su efecto rejuvenecedor o mejor dicho antienvejecimiento.
Pero ¿Existe la eternidad o es una entelequia? Para el hombre, hoy por hoy, sigue siendo un ensueño. A pesar de los impresionantes avances de la medicina para combatir las enfermedades y que han logrado alargar la vida media del ser humano, no podemos decir que exista nada parecido a la eternidad. Y tampoco le convendría al propio ser humano el hallarlo. Una cosa sería vivir por ejemplo 500 años, y otra muy diferente no morir. De hecho, una de las causas de la vejez es la muerte de nuestras células y la merma en la capacidad de repdroducción de las supervivientes al enlentecerse esta.
Si se consiguiese detener completamente el ciclo vital de oxidación y muerte de las células, podríamos decir que habríamos avanzado un grado hacia conseguir ser inmortales, si más no, al menos en detener el envejecimiento celular y por consiguiente el deterioro de nuestro cuerpo.
Pero cuando, por ejemplo, algunas células están enfermas o dañadas y no tienen posibilidades de ser reparadas, entonces esas células se suicidan con un mecanismo regulado genéticamente, denominado apoptosis. Así que eso sirve de protección ante un masivo deterioro celular, que dañaría nuestra compleja red de células. Si tuviesemos la capacidad de modificar el tiempo de reproducción celular ¿Cómo actuaría entonces nuestro organismo ante una regeneración atípica de nuestras células? ¿Se autoregularían estas para mejorarse o bien se autoeliminarían al haber transcurrido cierto tiempo? Evidentemente la apoptosis no es una función reguladora de la vida de las células, ya que su muerte no afecta al tejido tisular y solo ocurre cuando una de ellas tiene unas condiciones específicamente malas o están efermas. La apoptosis sirve para evitar la reproducción de células enfermas o dañadas. No es una función que sea vinculante a las células colaterales de la enferma, ya que la apoptosis puede afectar a células aisladas.
Un virus puede alterar la información genética de la célula y dañar la orden de la apoptosis, dejando como efecto que esta, aun enferma o dañada continue dividiéndose. Groso modo, se formaría un tumor que desembocaría en un carcinoma con el consiguiente daño celular.
Puestas así las cosas, de momento la inmortalidad para nosotros está aun muy lejana. Sólo detengamonos a pensar en que si consiguieramos alcanzarla algún día, el gravamen a que someteríamos a la Tierra en modo de superpoblación sería insostenible a todas luces. Tendíamos una superpoblación que iría creciendo de forma exponencial y que generaría una falta de espacio y de recursos impugnable para una humanidad en crecimiento sin control.
Por tanto, la inmortalidad para nsotros ha de ser descartada por el momento. Pero no así para cierto ente biológico. Existe en la naturaleza un ser vivo que sí ha sido capaz de lograr alcanzarla, o al menos alcanzar algo muy parecido a la eternidad.
Se trata de una especie de medusa perteneciente a la familia de los Oceaniidae, se denomina Turritopsis Nutrícula y es originaria del Caribe, aunque ya se ha ido extendiendo por todos los mares cálidos del mundo. Mide entre 4 y 11 milímetros y es el único ser vivo capaz de rejuvenecer permanentemente.
Los huevos de la Turritopsis son desarrollados en el estómago y cavidades de la larva y posteriormente son dipositados en el mar, formándo colónias de pólipos.
Su madurez sexual la alcanza, según la temperatura del mar en que se encuentre, entre los 20 y los 30 días.
Cuando llega a su madurez sexual, entra en retroacción hasta revertirse en pólipo colonial de nuevo y volver a su estado de inmadurez sexual prístino.
Lo realiza al llegar al punto álgido de su madurez sexual, a través de un proceso celular de transdiferenciación, es decir, una transformación de una célula, que no sea célula madre, en otra con diferentes características y volviendo de nuevo hasta su etapa de pólipo, desde donde volverá a evolucionar hasta su etapa en solitario como medusa.
Este es un ciclo que repite cada vez que llega al estado pleno de su madurez y según los científicos, en teoría no hay un límite conocido en el que el ciclo se detenga. Por lo tanto, es lo más parecido a la inmortalidad que se conoce en la naturaleza.
Científicos y biólogos estudian este animal acuático en busca de una clave que les ayude a comprender el por qué de tal acción biológica y cual es el mecanismo que activa esa función. El proceso ha sido observado principalmente en los laboratorios, donde la totalidad de los especímenes de muestreo han cumplido con el ciclo. Pero las investigaciones en su medio natural son imposibles de constatar debido a que el proceso es lo suficientemente rápido como para que las ocasiones de hacer una observación directa en el momento adecuado sean bastante impracticables.
Este sería uno de los modos en que la inmortalidad habría hecho aparición. Pero ¿Esa inmortalidad es real? Evidentemente sí, hasta cierto punto, ya que si la estratégia de la Turritopsis es evitar el envejecimiento, no puede evitar, por otro lado, las enfermedades y sucumbir a ellas. Como tampoco puede eludir el formar parte del plácton y ser devorada por otros animales.
Entonces tenemos que la Turritopsis solo ha conseguido evitar envejecer, sobretodo debido a su acelerado proceso celular, pero no ha evitado la muerte.
En conclusión, no creo que la inmortalidad exista, no es más que una quimera y que lo máximo a lo que podemos alcanzar es a retrasar cuanto podamos su llegada, por un motivo u otro. Lo que si que lograremos algún día es morir jovenes, o al menos en mejores condiciones que hoy día y así lo espero.
Hasta entonces, que tengan propicios días.
Gilgamesh.