sábado, 21 de febrero de 2009

¿Quién le va a Creer?

Hace unas semanas que se alojaron en casa unos familiares que viven en Alemania. Una noche, de aquellas que tras cenar te sientas a comentar diversas costumbres, comentaron una anécdota increíble. Nuestra conversación versaba sobre los transportes públicos y contaron un curioso hecho que pasó en un autobús alemán. Ellos tuvieron conocimiento de la anécdota gracias a un programa de televisión alemana, que contaba las más extrañas peripecias ocurridas en los transportes públicos germanos. Lo que contaron fue lo que sigue:

En un autobús que viajaba bastante lleno se subió un chico de color. El único asiento libre que quedaba estaba situado al lado del que ocupaba una ancianita cargada con unas bolsas. El joven se acercó y se sentó al lado de la señora. Esta era de aquellas personas mayores que, por ver a alguien diferente a ellos ya sospecha que le va hacer algo malo o que le va a robar. Así, la ancianita escondió con decisión las bolsas entre las piernas y abrazó su bolso ostentosamente delante del joven de color mientras lo miraba de hito en hito con un descarado tono acusador. El autobús siguió su trayecto mientras la anciana seguía mirando de reojo y con desconfianza al joven que estaba a su lado. Éste, obviamente, se había percatado de la mala educación de la señora, pero calló y disimuló su más que comprensible enojo. Unas paradas más adelante se subió al autobús un revisor. Allí, según me habían contado, es costumbre que cuando sube un revisor al vehículo, los pasajeros sacan su billete o título de transporte y lo mantienen en la mano y a la vista hasta que llega el funcionario y les da el visto bueno. La falta de tenencia del título de transporte o billete se considera una falta muy grave. Así pues, todo el mundo sacó sus bonos y billetes. También el joven de color y, con bastante esfuerzo, la anciana de su lado. Cuando la señora lo hubo sacado y mientras el revisor atendía a otros pasajeros, el joven de un manotazo le arrebató el billete y doblándolo se lo llevó a la boca y lo masticó hasta tragárselo. La ancianita, demudada por el asombro no atinó a decir nada, solo boqueaba sin emitir sonido alguno. Justo en ese momento se les acercó el revisor pidiendo el billete. El joven le hizo entrega del suyo mientras que la anciana empezó balbucir y señalar al chico que tenía a su lado. El revisor le insistió en que le mostrara su billete y la señora a los gritos acusó al joven de que se la había robado y se lo había comido. El revisor debió abrir los ojos como platos y más al fijarse a quien acusaba la señora. Imaginemos la escena. Alguien sin billete que acusa al vecino de viaje de que se lo ha robado y se lo ha comido. Todo el mundo sospechando que la anciana se había subido sin pagar y que acusaba al joven con una fantasiosa excusa para evitar el castigo. Debió ser algo tan delirante que ni el propio Kafka, en sus más alocados y surrealistas sueños hubiera imaginado jamás. Así, no es de extrañar que el pobre revisor se viera forzado a recriminar a la anciana y ésta a insistir de nuevo en que su billete se lo había devorado el chico negro. Finalmente se llamó a la policía y sacaron a la anciana del autobús tras colocarle una multa de órdago. Mientras, el joven había consumado su silente venganza ante tal ancianita de tan insanos pensamientos.

Hasta aquí la historia.

Si la anécdota es cierta, la señora quedó bien retratada. Su credibilidad se dañó. Quedó como una loca, mentirosa, estafadora y, además, racista. ¿Se puede pedir más? Creo que fue la mejor venganza. Se trató de una acto muy inteligente por parte del joven; dejó a la señora en evidencia y le devolvió de una forma elegante los agravios que ella le había hecho. Creo que la anciana se lo pensará mucho antes de desconfiar de nadie. O quizá ahora desconfiará con mayor razón de todo el mundo. Y si alguien le pregunta en alguna ocasión por la causa de su desconfianza para con la gente de color y ella responde que el motivo es que una vez la multaron porque uno se le comió un billete de autobús, ¿Quién le va a creer?

Propicios Días.

Gilgamesh

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