Después de tres días de apasionante lectura, he terminado un libro del que he podido sacar entre otras las siguientes conclusiones:
Primera: Que si uno vive la vida de forma optimista, todos los problemas siempre serán menos y no harán tanta mella en nosotros como si dejamos que estos nos afecten. Hemos de afrontar todos los inconvenientes con una sonrisa optimista en los labios. Segunda: La determinación en conseguir lo que queremos es básica para obtenerlo. Podríamos parangonarlo con aquello de “Si quieres, puedes”.
Con todo esto me estoy refiriendo a la entrañable autobiografía de uno de los actores cómicos de más éxito en su época junto a sus hermanos, y que hoy están algo olvidados al igual que todos aquellos artistas de los inicios del cine y que tantas sonrisas y carcajadas nos arrancaron, me refiero a la autobiografía de Harpo Marx. (1888-1964)
En su autobiografía, titulada ¡Harpo Habla! (Harpo Speaks! 1962) y recientemente reeditada por Seix Barral, encontraremos como creció un niño de origen judío en un barrio de inmigrantes neoyorquino. Sabremos que sus estudios quedaron inacabados ya que era atormentado por algunos de sus compañeros de colegio, los cuales le obligarán a dejar la escuela de forma definitiva al defenestrarlo continuamente cuando la odiosa Miss Flatto, su profesora, salía del aula. Este hecho es el que marcaría parte de la vida de Adolph Marx, posteriormente conocido como Harpo.
Al dejar la escuela Harpo se volcó en la calle, volviéndose un pilluelo de la época (estamos hablando de finales del siglo XIX y principios del XX) Según sus propias palabras: “en la actualidad (principios de de la década de los 60's) sería considerado un delincuente juvenil”. Cómo decía, aquel hecho marcó su vida de una forma categórica, llevando al pequeño Adolph a vagabundear en busca de su lugar en una sociedad que estaba en formación, como era la sociedad norteamericana de aquellos tiempos. Pasaba los días por las calles intentando encontrar algo que agenciarse y llevarlo a empeñar para conseguir algunos centavos, parte de los cuales daría a su familia para poder poner un plato en la mesa.
En su pequeña casa de la calle 93 en el East Side de Nueva York, vivían hacinados un gran número de personas; sus padres, el abuelo y sus hermanos y algunos primos, amén de los clásicos parientes que solían pasarse a diario para comer a costa de los Marx. Podían llegar a vivir allí hasta diez personas y a todas tenían que alimentar Frenchie y Minnie, los padres de los famosos cómicos.
Así que tenemos a un pequeño Harpo sin estudios ni oficio conocido, que divaga de un lado a otro, trabajando por míseros sueldos, los primeros consistentes en una rosquilla o bien en algunas ciruelas por hora y más tarde en unas pocas monedas. Obviamente, de todos estos trabajos terminará inexorablemente despedido.
Pero he aquí que la determinación y empeño de su madre y la paciencia de su padre, harán que por fin los hermanos Marx tengan un hueco en el mundo. Descendiente de comediantes, la madre del clan Marx se empeñó primero en llevar a los escenarios a su hermano pequeño Al, no mucho mayor que Chico, Harpo o Groucho. Lo consiguió y paulatinamente Al fue obteniendo reconocimiento dentro del mundo del vodevil. Aquel sería más de una vez la tabla de salvación del grupo escénico que formaría posteriormente Minnie con sus hijos.
Así es, tras varios años dedicada a su hermano, vino el momento de convertir a sus propios hijos en artistas de vodevil y así es como nació el grupo de niños cantores llamados Los Tres Ruiseñores, formado por Groucho, Gummo y otro chico llamado Lou Levy. Posteriormente Minnie obligaría prácticamente a Harpo a formar parte del grupo, pasándose a llamar entonces los Cuatro Ruiseñores. Con un nefasto debut por parte de Harpo al mojar los pantalones en el escenario, la carrera de estos niños cantantes comenzaría un largo y tortuoso camino hacia el vodevil musical, desembocando, tras muchos cambios y evoluciones, en el famoso cuarteto de hermanos actores (Groucho, Chico, Harpo y Zeppo en las primeras etapas y solo Groucho, Harpo y Chico en el resto) y protagonistas de unas 15 alocadas películas.
Hasta llegar a eso y ser conocidos han de pasar las vicisitudes más lamentables y a veces divertidas, que Harpo cuenta con soltura y muy buen humor. Durante las giras del grupo en busca de un teatro que quisiera representar sus números musicales y sus gags, ocurrió un hecho que marcaría definitivamente el talante y la vida de Harpo y este fue entrar a formar parte del selecto grupo de intelectuales de la Mesa Redonda del Algonquin Hotel de Nueva York, de mano del más poderoso crítico teatral de aquella época: Alexander Woollcott. En el disparatado primer encuentro entre el crítico y el actor, el primero le propone presentarle a unos amigos que querrán conocerle. Es así como Harpo entrará en el círculo intelectual, pero como él recalcará en más de una ocasión en el libro, como mero oyente. Si todos los miembros sobresalían como grandes conversadores, él destacaba por saberlos escuchar pacientemente.
En el club del hotel Algonquin, Harpo conocería y trabaría amistad con buena parte de los más importantes músicos, actrices, escritores, pintores y gente afín de aquella época. Por la páginas de su autobiografía pululan personajes como la poetisa Dorothy Parker, el director de teatro y productor George Kaufman y su esposa Beatrice, el pianista y músico George Gershwin, la pintora y amiga especial Neysa McMein, la actriz Marion Davies, la escritora Ruth Gordon, el editor del New Yorker, Harold Ross, el humorista Robert Benchley y así una nutrida pléyade de personajes con los que Harpo pasaba incontables horas jugando al bridge, al siete y medio o al pinacle cuando no habían las largas conversaciones sobre arte, música, literatura, teatro o política. O bien, también era normal pasarse las largas veladas jugando a asesino, a las charadas o a adivinar personajes. Todo ello estaba orquestado, obviamente, por inefable Alex Woollcott, que siempre ejercía de maestro de ceremonias del grupo, sobretodo cuando en verano se reunían en las villas de recreo de éste para pasar los incontables días de la canícula en el más placentero de los ocios, es decir, a no hacer nada que no fuera jugar al cróquet, al golf o nadar en la piscina hasta la hora del almuerzo o de la opípara cena.
En el libro de Harpo encontramos la realidad de un personaje que vivía y era tal y como aparecía en sus películas, es decir, alocado y divertido, con momentos sublimes en su vida y otros más deprimentes, pero siempre llevado todo con optimismo y una sonrisa en los labios. La de Harpo Marx fue una vida llena de divertidas anécdotas y otras no tan divertidas, como cuando narra las estrecheces de la familia en sus principios y en las búsqueda de lugares donde pudiesen actuar o las muertes de sus padres y amigos.
De las muchas anécdotas que comenta Harpo, me quedo con la que explica el origen de su mueca más famosa y que él bautizó como Gookie en honor al nombre del propietario real de ese cómico gesto. En realidad, según sus palabras, se trataba de la cara que ponía un hombre que trabajaba liando cigarros en una tienda de tabacos. Este se sentaba en su mesa de trabajo, que estaba delante de un enorme ventanal que daba a la calle, y se abstraía tanto en doblar aquellas hojas que su rostro se transformaba en una graciosa mueca, ya que cruzaba los ojos, hinchaba los carrillos y sacaba la lengua de una forma risible. Aquello llamó tanto la atención del joven Harpo, porque a la sazón era aun un jovenzuelo, que se dedicó varios días a intentar imitar aquella carota. Una vez lo hubo conseguido y estando seguro que ya le salía a la perfección, se plantó al día siguiente delante del ventanal de aquel pobre hombre. Harpo golpeó entonces el cristal y cuando el liador de cigarros levantó la vista para ver quien le reclamaba la atención, Marx le lanzo su mueca, poniéndose además las manos en las orejas a modo de burla. Aquel hombre se enfureció de tal manera que amenazó al chico. Este salió corriendo calle abajo muerto de la risa. Harpo, tras las amenazas del señor Gookie, en lugar de amedrentarse cogió la costumbre de ir cada día a hacer una visita a aquel pobre hombre y lanzarle un Gookie, que es como pasó a llamarse la famosa mueca. Nunca se imaginó aquel pobre liador de cigarros, que su nombre y su cómico gesto de extrema atención al trabajo se harían famosos en manos de aquel mocoso que le molestaba a diario. Harpo utilizó los Gookies no solamente en el vodevil y las películas, sino en su vida real y en momentos de lo más insospechados, lo que nos habla de una persona, como decía más arriba, que se tomaba la vida con un optimismo envidiable.
Les recomiendo la lectura de tan divertido, entrañable y emotivo libro. Les aseguro que no se arrepentirán. Y si algún día la vida les da un mal trago, lancen un Gookie como hacía Harpo y verán como las cosas no son tan graves como parecen.
Les dejo en vídeo una divertida escena de la película Sopa de Ganso (1933) con Harpo y Chico en su salsa, con Gookie incluido. Y como adenda otro en que Harpo habla de verdad, podemos oír su voz. ¡Qué los disfruten!
Les dejo en vídeo una divertida escena de la película Sopa de Ganso (1933) con Harpo y Chico en su salsa, con Gookie incluido. Y como adenda otro en que Harpo habla de verdad, podemos oír su voz. ¡Qué los disfruten!
Propicios Días.
Gilgamesh.
SOPA DE GANSO
HARPO HABLA
2 comentarios:
Me estoy leyendo el libro y me está encantando.
Precisamente iba a escribir sobre él en mi web (www.maquinitos.com) destacando la mueca del Gookie que todavía hace que me muera de risa....pero al ver tu entrada he decidido enlazarla al ser genial.
Muy buena
Maquinito César:
Gracias. El libro es excelente y no defrauda. En cuánto al Gookie, parece mentira que un gesto de trabajo se conviertiera en la enseña de un cómico, quien se lo iba a decir al pobre y verdadero Gookie. Harpo le supo sacar un provecho estupendo. En mi entrada quizá, ahora que la veo con el tiempo, debería haber citado como anédota también algo que me dejó perplejo, y es que Harpo actuó como espía en la extinta URSS y lo pasó realmente muy mal, un peligro real.
En fin, gracias por tu visita y haré yo una a tu página.
Gilgamesh
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